Misael Sánchez
En la esfera del periodismo la conversación entre veteranos comunicadores no solo sirve como una cátedra para las nuevas generaciones, sino que también resguarda la confianza en una actividad que ha enfrentado las secuelas de la crisis editorial, desencadenada por la declinación global de las empresas editoriales.
La persistencia en plataformas digitales de comunicadores con más de tres décadas de trayectoria, arraigados en las entrañas de las redacciones, atestigua la resiliencia de aquellos que presenciaron cómo la crisis se profundizaba en los diarios, donde el control mediático imperaba, sometiendo al periodismo a una agenda comercial y de poder que lo relegaba a una mera actividad mercantil.
Hace dos décadas era moneda corriente que los editores, convertidos en marionetas del poder, vendieran no solo las plumas de los redactores, periodistas y columnistas, sino también el alma administrativa de las empresas editoriales.
Con el pretexto de tener una plantilla de más de trescientos empleados, cuando en realidad eran apenas de treinta o cuarenta, la mayoría mal remunerados y desprovistos de prestaciones sociales, persuadían a los gobiernos para autorizar convenios económicos millonarios.
Estos acuerdos no se limitaban únicamente a los tres niveles de gobierno, sino que se extendían a dependencias, instituciones, organismos e incluso empresas paraestatales.
Junto con los convenios llegaban los sobornos, en forma de generosos «cañonazos» mensuales de al menos cincuenta mil pesos para los editores, quienes amasaban fortunas de manera vertiginosa en un lapso breve.
Sin embargo, las empresas, además de ser morosas con el fisco y la banca, acumulaban deudas con las instituciones de seguridad social y enfrentaban numerosos fallos laborales que, convenientemente, eran archivados en favor del empleador.
Estas empresas, erigidas sobre cimientos frágiles, no resistieron el embate de la crisis, principalmente debido a una gestión deficiente y a la falta de reinversión de utilidades.
Conforme la crisis se profundizaba en los medios de comunicación, el sector empresarial de las editoriales se corrompía hasta tal punto que se autoinfringían daño, perjudicando a su propia fuerza laboral mediante descuentos salariales, incumplimiento de prestaciones e incluso despidos masivos, sin olvidar las manipulaciones en materia de seguridad social y vivienda.
En solo una década las influyentes empresas editoriales se desmoronaron, convirtiéndose en meras unidades económicas sin personal humano, su recurso más valioso, que al final, era vendido a los poderosos.
Este declive también propició el surgimiento de medios alternativos, donde un puñado de periodistas encontraron refugio en portales de noticias que, a pesar de sus limitaciones, ahora cumplen una función editorial vital y aún proveen empleo a familias que dependen del periodismo para subsistir.
Más allá de la crisis que azotó a las empresas periodísticas, radica la esencia misma del periodismo: los recursos humanos, indispensables para materializar el derecho a la información y la libertad de expresión.
Son estos profesionales, forjados en la fragua del rigor informativo y la integridad ética, quienes mantienen viva la llama del periodismo, adaptándose a las nuevas realidades digitales y preservando su compromiso con la verdad y la justicia informativa.
El resurgimiento del periodismo no reside en la supervivencia de las empresas editoriales, sino en la tenacidad y el talento de los periodistas que, a través de las décadas, han resistido los embates de la crisis y se han erigido como guardianes de la democracia y la transparencia.
Su labor, lejos de ser una actividad mercantil, es un servicio público vital que trasciende las fronteras del tiempo y las circunstancias, inspirando a las futuras generaciones a seguir su ejemplo en la búsqueda incansable de la verdad.
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